Noticias de EarthCycle
Domingo En Viaje - Domingo 29 de mayo de 2005
La Ciclista Americana
Paula Andrade D.

Kristin Sullivan tiene cara bonita, buena conciencia y pantorrillas de acero, un cóctel lo suficientemente poderoso para entender por qué se lanzó a pedalear por todas las Américas, desde Alaska hasta Ushuaia, en pos de un objetivo que venía planificando desde hace años: robustecer la conciencia ecológica de quienes la ven pasar.

Hace poco más de tres años Kristin Sullivan quedó sin cara. Más bien, sin la mitad de la cara. La mujer nacida a pocos kilómetros de Philadelphia regresaba a su casa cuando otro ciclista la empujó, porque un auto se le vino encima, y su blonda cabecita fue a dar directamente contra una bola de acero de un trailer estacionado. Kristin, que ya era deportista y una activa ciudadana, pues había dedicado los últimos dos años de su vida a trabajar voluntariamente en Honduras, de un momento a otro quedó postrada en la cama de un hospital. No podía regresar a trabajar como inspectora energética de grandes empresas, velando por un uso más eficiente y menos contaminante de la energía. Tampoco podía retomar los triatlones que venía practicando con entusiasmo. Ni menos llevar a cabo la campaña ecológica por l as Américas,

 
Retrato: Álex Valdés

en la que estaba soñando desde que conoció a un par de ciclistas trotamundos. Las ciru- gías, la recuperación, todo el proceso para volverle a su lugar el lado derecho de la cara tomó diez meses. Y ella, que ahora tiene 28 años, daba gracias a Dios:

- Si me hubiera quebrado las caderas, las piernas u otra parte del cuerpo, no sé cómo lo hubiera tomado. Para mí hubiera sido grave si no pudiera caminar o si el accidente me hubiera impedido correr, pero sólo era mi cara - dice, muy seriamente, esta gringa de rostro simétrico y ojos dulces.

Poco tiempo después, Kristin se lanzó a pedalear. Comenzó en Alaska y continuó bajando por todo el continente hasta que, hace un par de semanas, pasó por Santiago. En suma, la suya es una travesía de 17 mil kilómetros a lo largo de 13 países, cargando 35 kilos en un remolque y avanzando cien kilómetros cada día.

- ¿Por qué, Kristin? ¿Para qué?

- Cuando estaba en Honduras como voluntaria de los Cuerpos de Paz de mi país, conocí a una pareja que estaba viajando en bicicleta. Ahí se me ocurrió esta campaña para mezclar varias cosas a la vez: conocer el mundo, practicar ejercicio, que me gusta mucho, y ayudar a proteger el planeta.

- ¿Cómo así?

- Claro, porque con la bicicleta se me acerca la gente, me quedan mirando, me preguntan adónde voy, de dónde vengo, y yo les cuento y les doy un mensaje ecológico. Antes me enojaba mucho cuando alguien tiraba basura o una colilla de cigarrillo a la calle, pero con el viaje me di cuenta que enojarme no es la manera correcta de crear conciencia sobre el medio ambiente.

La chica ecológica reunió alrededor de ocho mil dólares para imprimir folletos, lápices y volantes, además de diseñar un sitio web (www.earthcycle.org) y financiar la travesía que duraría un año. Ahora, cuando el plazo está por cumplirse, luce un par de pantorrillas de acero, habla un castellano pulido y saca sus primeras conclusiones:

- Me impresionó mucho el estado de Oregon. Allí los políticos están bastante metidos en la protección del medio ambiente y están apoyando la construcción de nuevos carriles en las calles para las bicicletas. También quedé bastante impactada con Cali, en Colombia, primero porque mis expectativas eran muy bajas y segundo porque me encontré con un mundo que por suerte no ha sido tocado por Estados Unidos. Incluso la gente me pareció distinta. En Centroamérica, los hombres están sentados en la calle y no tienen nada mejor que hacer que lanzarles piropos a las chicas cuando pasan. En Cali es muy diferente: estaban tan ocupados en sus trabajos, en sus vidas, que ni nos miraban (a ella y Susan, otra gringa que se sumó al viaje en México). Costa Rica también fue una sorpresa. A diferencia de sus vecinos, no han malgastado su tiempo en guerras, sino en construir su país. Y lo han hecho con bastante éxito. Tienen conciencia del reciclaje de la basura y, no sé, hasta las calles son distintas.

- Es curioso que justo una estadounidense, es decir una persona que viene de uno de los pocos países que no firmó el Protocolo de Kyoto, pregone la defensa del medio ambiente.

- Muchas veces me dio pena (vergüenza) decir de dónde vengo. No me gusta mi presidente y creo que cuando el gobierno funciona, funciona bien: puede aplicar leyes efectivas en la defensa del medio ambiente. Ahora, mientras sufrimos por este presidente, somos nosotros, las personas, quienes podemos hacer algo para mejorar el planeta. Por eso me decidí a hacer esta campaña. Nosotros mismos debemos ser responsables de nuestros actos.

- Pero es más fácil tener conciencia ecológica si cuentas con dinero y educación.

- He pensado mucho en eso. Viviendo en Honduras me di cuenta de que hasta cierto nivel no se trata de una cosa de dinero, sino de iniciativa. Y con esto no estoy diciendo que un campesino que trabaja duro en su finca sea haragán. Lo que digo es que no cuesta dinero no botar basura. Incluso cuesta menos dinero usar la basura de otra manera, para preparar abonos orgánicos, por ejemplo. En vez de depender de las semillas que nos venden en las grandes ciudades, y que tratan de vendernos muchas más cosas que las que necesitamos, podemos separar la basura, juntar la que es orgánica y preparar el abono que necesitan los campos.

- En tus 17 mil kilómetros de travesía, ¿dónde viste el mayor desastre ecológico?

- En Zihuatanejo la bahía está muy contaminada. Vienen los cruceros y descargan sus desechos, incluso los excrementos. Ya no se puede nadar. Pero en todo el viaje lo que más me impactó fue el humo de los camiones. No lo digo sólo porque me lo lanzaban en la cara cuando iba en bicicleta, sino porque no es tan difícil impartir reglas y leyes al respecto. En Centroamérica vimos mucha gente cambiando la bocina o las ruedas de su carro, pintando sus autos de colores, así que tienen el dinero y, si quisieran, podrían asegurar que lo que está saliendo de su tubo de escape sea limpio. Pero no lo hacen ni lo van a hacer mientras no haya legislación al respecto.

- Parece que Centroamérica no te gustó mucho.

- No, no, lo que pasa es que los hombres son muy pesados, tan sin respeto. No lo puedo entender. En Guatemala, donde los hombres son muy feos, nos tiraban besos y nos decían groserías todo el tiempo. Uf. Estaba tan enojada. Y las mujeres nos preguntaban por qué tanto, pero es que yo no me voy a sentir mejor, ni más mujer ni mejor persona porque hombres que no conozco me griten en la calle. Tuvimos que esperar a llegar a Sudamérica para ver hombres más lindos.

- ¿Y? ¿Los encontraron?

- Sí, en general sí. La única excepción fue en Perú, cuando estábamos en el sur del país, cerca de Moquegua, y los policías nos gritaban groserías con sus micrófonos. Si fuera un camionero, lo entendería, pero ¡eran policías!

- Hablemos del pedaleo. ¿Qué país latinoamericano tiene mejor infraestructura para los ciclistas?

- El Salvador, aunque no exista una política de gobierno sobre los ciclistas. Lo que pasa es que hay menos gente, así que las bermas tienen más espacio. Después de una guerrilla de casi doce años, están viviendo una etapa de recuperación y ahora es un país muy tranquilo. Y en Chile estoy impresionada con los camioneros.

- ¿Por qué?

- En general, los camioneros son nuestros amigos. Ellos saben cuánto miden sus camiones, por dónde pueden entrar y por dónde no, así que nos dejan espacio en las carreteras. En Chile no sé si es por la gente o qué, pero nos han tratado muy bien. Incluso cuando cruzamos todo Santiago, y aunque nos habían advertido que tuviéramos cuidado, no tuvimos ningún problema.

- Viajas con un remolque que pesa más de treinta kilos y pedaleas un promedio de cien kilómetros diarios. ¿Recuerdas cuál fue el día más exigente, desde el punto de vista físico?

- Por supuesto: la Cordillera Blanca, en Perú. Tuve la subida más difícil de mi vida, cerca de Huaraz. Estuve subiendo por una misma calle durante dos días y medio. Fueron más de sesenta kilómetros. Subía y subía y cuando creía que ya se iba a acabar, que vendría un plano, había otra cuesta más. ¡No terminaba nunca! Iba con mi remolque atrás, atravesando puentes de palos con cuidado para evitar que se diera vuelta. Fue muy difícil.

Para quienes les cueste imaginar cómo son los días de una mujer caracol, que lleva a cuestas todo lo que necesita, digamos que en el remolque de Kristin van una carpa, un saco de dormir, un guatero, una olla, un anafe, gas, repuestos para las llantas, lubricante para la cadena y algo de ropa. La ciclista lleva también comida para tres días, entre cereales, leche en polvo, té, mantequilla de maní, arroz y mermelada. Lo demás lo va comprando cuando lo necesita. Fuera de eso, la ciclista americana se preocupa de hacer unos 200 abdominales cada noche y otras tantas lagartijas. Si no, dice ella, no hubiera podido pedalear diez horas diarias durante un año.

- ¿Qué es lo primero que vas a hacer cuando regreses a casa?

- Espero ver a mi familia en el aeropuerto y después dedicarme a mi gran proyecto: pintar mi casa.

- Bastante corrientes tus aspiraciones ¿no?

- Sí, es muy cómico. Una persona que va a una oficina todos los días debe soñar con el viaje que yo estoy haciendo, pero yo estoy soñando con pintar mis paredes.

- Y después de tanto esfuerzo, ¿crees que cumpliste con tu objetivo de ayudar a crear mayor conciencia ecológica?

- Creo que sí. Nunca lo voy a poder medir, pero cada vez que una persona se impresionó con mi viaje o leyó uno de los folletos que le entregué, debe haber pensando en el tema por lo menos un día. Y si eso ocurrió con una persona, ya el viaje fue útil.

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